Preguntas y respuestas

Alfredo estaba sentado en un taburete frente a la barra del bar. Su mano derecha le temblaba mientras un desconocido con aspecto de matón, se la sujetaba con fuerza para que no la separase del tablero. Otro hombre, con cara de menos amigos que el primero, le tenía el brazo izquierdo retorcido en la espalda, inmovilizándolo por completo.

La cara de Alfredo denotaba un miedo atroz al mirar al tercer hombre que se encontraba al otro lado de la barra. Una cicatriz le cruzaba la cara, pasando por un ojo deformado casi en su totalidad. No tenía aspecto de haber sido un accidente, sino mas bien, como si le hubieran cortado con un machete en la cara y cuando un hombre que ha vivido semejante situación te amenaza, no puedes hacer otra cosa que no sea rezar o cagarte en los pantalones.

—Te voy a hacer una única pregunta — dijo el hombre de la cicatriz —. Es sencilla y sabes perfectamente la respuesta. De ti depende que esto acabe pronto o que se convierta en un martirio, pero te aseguro que antes o después, contestarás correctamente.

 Alfredo trato de balbucear una súplica pero le apretaron el brazo izquierdo girándolo y sólo soltó un quejido de dolor.

—No interrumpas cuando te hablan — le reprendió el matón número dos.

El hombre cicatriz, sacó de debajo de la barra un cuchillo de carnicero con una hoja tan ancha como para cortar en dos a una ternera y sujetándolo firmemente ante sus ojos le preguntó:

—¿Quién soy?

Alfredo puso cara de asombro y dijo lo primero que le vino a la cabeza.

—¿Qué?

—Respuesta incorrecta — dijo el hombre cicatriz, y acto seguido con un rápido movimiento le cortó el dedo pulgar.

Alfredo soltó un grito desgarrador mientras veía como se desangraba e intentó zafarse de sus captores, pero estos eran mucho más fuertes que él y no le dejaron ni tan siquiera levantarse del taburete.

Pasados unos instantes de dolor y gritos, Alfredo contuvo las lágrimas y dirigió su mirada hacía el ser que lo acababa de mutilar.

—¿Por qué?, ¡Por qué me haces esto! — chilló mientras múltiples gotas de saliva salían de su boca acompañando sus palabras.

—¿Quién soy? — volvió a preguntar el hombre de la cicatriz.

—¡No lo sé, no te conozco de nada!

—Respuesta equivocada de nuevo, sujetadlo muchachos — ordenó a sus matones.

—¡Noooo! — gritó Alfredo, y su gritó se mezcló con el dolor y el horror cuando le cortaron el dedo índice.

En ese momento, miró a la barra y vio sus dos dedos amputados sobre un charco de sangre, su cabeza dio un par de tumbos y se desplomó desmayado sobre la barra. El matón número uno, dejó de inmovilizarle la mano y fue hacía al fondo del bar desapareciendo tras una puerta que había junto a un pequeño escenario. Un minuto después, volvió con un cubo lleno de agua en la mano y sin dudarlo se lo echó en la cabeza a Alfredo, quien tras la impresión del agua fría, despertó de su desmayo para encontrarse de nuevo sujetado por los dos hombres.

—¿Quién soy? — escuchó de nuevo.

En esta ocasión optó por no emitir respuesta alguna. Tal vez si no contestaba le dejaran en paz. Sólo soltó unos pequeños sollozos, intentando contener las lágrimas y el dolor de su mano.

—Normalmente el que calla otorga — dijo su interrogador tras un breve tiempo de espera. — Pero en esta ocasión, el silencio es una respuesta equivocada. — Sonriendo, le sujetó el brazo, y esta vez, le cortó el dedo meñique.

Alfredo emitió un enorme grito, que de no haber estado insonorizado el local, se hubiera escuchado en toda la calle y agachó la cabeza derrotado.

Cuando el hombre de la cicatriz entendió que estaba recuperado de la impresión de la última amputación, le cogió por la barbilla y le levantó la cabeza para obligarle a mirarle a los ojos.

—Te lo preguntaré de nuevo a ver si esta vez contestas correctamente, ¿quién soy?

Alfredo resoplo unos segundos, mantuvo la mirada clavada en los ojos de su agresor, y con un odio desmesurado gritó:

—¡Un hijo de puta!, eso es lo que eres. ¿Te vale esta respuesta cabronazo?¿quieres saber quién mierda eres?, ¡un auténtico hijo de puta!

La cicatriz del hombre se tornó rosada en su rostro mientras empezaba a nacerle una leve sonrisa en los labios.

—¡Vaya!, y sólo te ha costado perder tres dedos acertar la respuesta correcta. ¿Ves cómo no era tan difícil?

Cogió los dedos amputados y los tiró a un cubo de basura. Después, tomó una bayeta del fregadero y comenzó a limpiar la sangre del cuchillo y de la barra.

Alfredo le miraba con ojos de incomprensión, incapaz de creer que todo había acabado. Pasaron unos minutos en silencio mientras veía como el hombre terminaba de limpiar la barra. Una vez terminada la tarea, el hombre se agachó para mirar la encimera de cerca y sonrió con satisfacción. Después, miró a sus matones con cara de sorpresa, como si estuviera extrañado de que estuvieran allí y les ordenó:

—¿Qué hacéis aquí todavía?,¿no veis que el juego ha terminado?, tirad a este mierda al río y traedme a otro para que volvamos a empezar.


Los dos hombres se apresuraron a obedecer las órdenes. Cogieron a Alfredo por ambos brazos y lo sacaron del local arrastrándolo para deshacerse de él. Después, tendrían que  buscar un nuevo desdichado que entretuviera las perversiones de su jefe.

Fotografía: Pixabay. Texto: Carlos M. Todos los derechos reservados.

Comentarios

  1. Perverso, el personaje, pero creo que deben existir.
    Felicidades.

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    1. ¡Gracias Dolors! Estoy seguro de que hay más de uno suelto por ahí.

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  2. Madre mía¡ la crueldad no tiene límites y tu relato lo demuestra.
    Muy bueno, manteniendo en suspense en todo el momento y con final sorprendente.
    Enhorabuena

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    1. Muchas gracias Conchi, me alegra que te haya gustado!!un saludo.

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  3. Mantienes la tensión de la narración en todo momento hasta llegar a un desenlace en el que la falta de motivación del facineroso nos sorprende y realza la crueldad de los hechos. Muy bueno Carlos.

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  4. Me ha encantado y la trama siempre me ha mantenido a la expectativa de descubrir el final. ¡Saludos!

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