El umbral


Abrió los ojos y notó un ligero escozor. Al tratar de frotárselos, fue consciente por primera vez de que estaba paralizado. Intentó estirarse pero fue imposible. Mover los dedos de las manos, nada. Los dedos de los pies, tampoco. ¿Qué le estaba pasando? Al menos el picor de los ojos había desaparecido. Quizá fuera por el intento en vano de mover las articulaciones de su cuerpo. Una vez le habían dicho que si te duele la cabeza, el dolor desaparecería si empezaba a dolerte otra parte del cuerpo. No sabía si esto era lo mismo, pero al parecer, el esfuerzo realizado para intentar moverse había acabado con el picor.

Intentó mirar a su alrededor y tuvo una sensación extraña. Era como si sus pupilas no se desplazaran pero sin embargo podía ver todo lo que tenía alrededor.
El despertador digital de la mesilla de noche indicaba que pasaban treinta y siete minutos de las tres de la madrugada. Faltaban casi cuatro horas para que empezara a emitir ese sonido estridente que le levantaba todas las mañanas. ¿Qué le había desvelado?, y lo que era mas importante, ¿por qué no podía moverse?
Su campo de visión aumentó y ahora podía ver a Lucía acostada en el lado izquierdo de la cama, durmiendo plácidamente y emitiendo pequeños suspiros al respirar por la boca. No podían llamarse ronquidos, eran simplemente eso, pequeños suspiros que rompían el hilo monocorde del silencio de la noche. Bajo las sábanas blancas y lisas, ligeramente arrugadas, podía imaginar la redondez de su vientre en avanzado estado de gestación. Faltaban sólo dos semanas para uno de los días más esperados de sus vidas. Tras haber tenido tres hijos varones, por fin llegaría la tan esperada pequeña.
El espacio visual aumentó de nuevo y entonces lo vio.
A través de su ventana, podía ver la calle desierta a excepción de el. Un hombre junto a los contenedores de basura miraba directamente hacía su  habitación. No podía identificar nada en el, tan solo una especie de sombra de rostro irreconocible pero a pesar de que sólo se trataba de una figura, sabía que le estaba mirando. Intentó incorporarse para mirar mas cerca pero fue inútil. Continuaba inmovilizado pero aquella figura seguía mirándolo. El reloj marcaba las tres y treinta y ocho. Notó el sudor en su frente mientras tensaba los músculos pero continuó inmóvil y de pronto todo se torno negro.
Cuando volvió a abrir los ojos todo estaba como al principio. Le escocían de nuevo pero ahora recordaba que era porque se acababa de despertar. El reloj curiosamente indicaba de nuevo las tres y treinta y siete y cuando miró a través de la ventana en la calle no había nadie. Respiró aliviado y vio a Lucía que seguía durmiendo.
Pensó en levantarse para ir a beber agua pero cuando lo intentó, de nuevo su cuerpo no le respondió. Esa sensación le trajo angustiantes recuerdos y empezó a temblar, o al menos eso sentía él, intentando moverse sin conseguirlo.
Cuando pudo relajarse un poco, su visión cambió y pudo ver toda la habitación como si estuviera observando desde arriba. Era una sensación extraña, ya que podía verse a si mismo tumbado en la cama pero con los ojos cerrados. Veía a Lucía que seguía durmiendo junto a él, las mesillas con las lamparitas de noche que les regaló su tía Carmen cuando se casaron, el galán con el traje preparado para el día siguiente. A pesar de estar la habitación a oscuras podía verlo todo, o al menos, reconocer lo que había en ella.
También veía la puerta que daba al pasillo y de pronto su visión cambió de nuevo y volvió a ver por sus ojos. Se estremeció y tensó tanto los músculos que creyó que le dolía hasta el alma. Allí estaba de nuevo la figura de rostro irreconocible, esta vez en el umbral de la puerta.
Intentó gritar sin éxito, y el esfuerzo parecía que le iba a reventar por dentro. La figura le miraba inmóvil desde la puerta de la habitación. Seguía sin distinguirle el rostro, pero ahora tenía claro que era un ser humano. Alguien le había estado vigilando desde la calle y ahora, sin saber como y sin hacer el mas mínimo ruido, había entrado en su casa y estaba en su habitación. Un intruso le observaba.
La impotencia le estaba matando. Junto a él, Lucía seguía durmiendo ajena a todo. Ahora no la veía porque sólo tenía ojos para la oscura figura que le amenazaba en su propia casa, pero podía sentir el calor que desprendía su cuerpo en la cama. Siempre dormía pegada a el, una costumbre que tenía desde que eran novios. En la habitación de al lado dormían sus hijos. ¿Dormían?, ¿estarían bien?, ¿les habría hecho algún daño ese intruso? Su mujer estaba embarazada. ¡Por Dios! ¿Qué iba a hacer ese hombre?
Intentó de nuevo levantarse, moverse hacer algo. Luchó con todas sus fuerzas sintiendo un dolor horrible, pero era como si cada centímetro cuadrado de su cuerpo estuviera siendo sujetado por una fuerza sobrenatural. Gritó todo lo fuerte que pudo. Esperaba que así al menos se despertará Lucía y quizá ella si pudiera moverse y defender a su familia. Pero Lucía no despertó. Se dio cuenta desesperado que el grito no había salido de sus labios, sólo lo había realizado por dentro. Y la extraña figura continuaba observando la escena en el umbral. Le pareció incluso que sonreía ante su indefensión.
Cuando creía que iba a sufrir un infarto por la tensión todo se oscureció de nuevo y dejó de ver, pensar y sentir.
Las tres y treinta y siete de la madrugada. Lo primero que vio al abrir los ojos era la misma hora de siempre. Lo segundo que vio, era una figura oscura y familiar a los pies de su cama observándole de nuevo.
El terror le atenazó otra vez. El hombre que llevaba toda la noche observándole, que había entrado en su casa y que en ese momento estaba mirándole desde los pies de su cama, había venido para matarle. Ahora lo sabía. Seguía sin saber quien era, y durante un instante, milésimas de segundo tal vez, dejó de sentir angustia ni terror. Tampoco dolor alguno en las articulaciones que intentaban moverse inútilmente de nuevo. Su vida, al igual que pasaba en las películas, cruzó su cerebro como un destello, pero con una vividez tan intensa que disfrutó todos sus buenos momentos y sufrió los malos casi sin darse cuenta.
Pero ese recuerdo acabó. De nuevo tenía a un intruso observándole, preparado para atacarle a él y a toda su familia, pero no podía hacer nada para defenderlos. Parálisis total. Sin embargo no podía rendirse. No había llegado hasta allí rindiéndose. Su familia, su casa, su trabajo, todo lo había conseguido partiendo de la nada, a base de esfuerzo y dedicación. Y ahora se encontraba en el momento más difícil de su vida. Era curioso la de cosas que podían pasarle a uno por la cabeza en tan breve lapsus de tiempo. Luchar y vivir o rendirse y morir. Eligió la segunda opción.
El reloj marcaba ahora las tres y treinta y ocho. ¿Llevaba sólo un minuto la oscura figura observándole o eran imaginaciones suyas? Le había parecido toda la eternidad. Intentó apoyar las manos en la cama para levantarse. Fracasó. Sintió que los músculos de las piernas se le iban a desgarrar intentando dar una patada al intruso. Los músculos no se desgarraron pero las piernas tampoco se movieron.
Y entonces, cuando ya de nuevo se sentía perdido, aterrorizado y casi sin esperanza alguna, sintió como una lágrima comenzaba a salir de su ojo derecho y a resbalar por su mejilla.
El intruso comenzó a levantar lentamente los brazos para intentar agarrarle las piernas.
Si le quedaba algo de fuerza y de voluntad, ahora era el momento. Concentró toda su ira, terror, rabia y apretó los músculos intentando salir de su cuerpo pero el extraño seguía acercándose y el, como un vegetal, esperaba inmóvil que lo arrancaran de su lecho.
Entonces cuando todo estaba perdido, cuando sólo le quedaba un hilo de vida, su corazón empezó a latir a un ritmo frenético para darle un último empujón antes de explotar.
Notó que los ojos, que parecía que era lo único que podía mover, se le hinchaban y crecían tratando de salir de sus cuencas y saltar hacía el desconocido. Llenó todo lo que pudo los pulmones y lanzó un último grito desesperado antes de morir.
Pero esta vez había algo diferente. El grito no solo lo había sentido por dentro, también lo había oído.
Estaba incorporado en la cama con las palmas de las manos agarradas a las sábanas. Notaba un sudor frío por todo el cuerpo y temblaba. A los pies de la cama no había ninguna figura y una mano cálida le acaricio el pelo enrevesado y mojado por el sudor.
—¿Otra vez esa pesadilla cariño? — le susurro Lucía.
Abrazó a su mujer y respiró profundamente cerrando los ojos. Todo había acabado, un mal sueño una vez más. Después, abrió los ojos y sus pupilas se iluminaron por el horror, al ver a la figura de rostro irreconocible, de pie, en el lado de la cama de su mujer, preparada para atacar.

Fotografía: Pixabay. Texto: Carlos M. Todos los derechos reservados. 

Comentarios

  1. Absolutamente inquietante de principio a fin. De los mejores que has escrito, Carlos, por no decir el mejor. He tratado de leerlo línea a línea, despacio, recorriendo cada palabra mientras me llenaba de más y más tensión. Al final, explosión.
    Enhorabuena. Grandísimo relato una vez más.

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  2. Antonio, de A la Verita...
    Realmente angustioso y con un final acorde para seguir inquietando al lector.
    ¡Enhorabuena, Carlos¡

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