37 veces

—En serio, treinta y siete veces, te aseguro que las conté —dije—. Empecé a hacerlo cuando me di cuenta el tercer día que se repitió. Treinta y siete días soñando lo mismo.

—Nadie puede tener el mismo sueño tantas veces y además de forma continuada.

—Pues créelo. Y lo mejor de la historia no es el sueño en sí, si no lo que ocurrió cuando dejé de soñar.

El primer día desperté con un leve recuerdo, mas bien con una extraña obsesión. Pensaba todo el tiempo en el número treinta y siete. De camino a la oficina, cuando iba al baño, durante el almuerzo. No conseguía que se me fuera de la cabeza, y en ese momento, creo que no era consciente de que había soñado con ese número.

La tercera noche que soñé lo mismo, decidí marcar en un calendario los días que se repetía, pues me pareció sumamente extraño. El sueño en sí no era nada del otro mundo. Tan solo se trataba del número treinta y siete por todas partes. Soñaba con él al pie de la página de un libro, en el cartel de una parada de autobús o en la matrícula de un coche.

Al principio lo veía difuminado aunque destacando sobre todo el entorno. Después, a medida que pasaban los días, la imagen del número era mucho más nítida en cada escenario y siempre con un extraño protagonismo.

Cuando despertaba me sentía muy relajado y en calma. No era para nada un sueño angustiante ni aterrador, era como un remanso de paz rodeado del número por todas partes y por alguna extraña razón, me hacía sentirme bien.

Cuando llevaba veinte noches soñando con él, me descubrí acostándome más temprano de lo habitual, como si estuviera deseando empezar a soñar. Por esta época, creo que fue cuando el sueño empezó a cambiar y a centrarse. Los diferentes entornos del número se seguían sucediendo, pero uno de ellos se repetía con mayor intensidad y énfasis. Se trataba del mismo número de siempre, pero en esta ocasión, reconocí que era el número de una casa, situado sobre el dintel de la puerta. La imagen era vulgar y corriente, el número de una vivienda como cualquier otro, pero con una fuerza sobrenatural que hacía que destacara sobre todos los demás.

En los siguientes días, la imagen del número de esa casa continuó repitiéndose en mis sueños cada vez más, y cuando llevaba ya un mes soñando con el dichoso número, la única escena que conseguía recordar era esta. Ni matrículas, ni titulares de periódico ni nada. Sólo podía recordar el treinta y siete brillando en la fachada de la casa, pero sólo eso, ni ventanas ni la puerta, ni tan siquiera el color de la fachada.

El día que se iba a cumplir la trigésimo séptima noche con el sueño, estaba especialmente nervioso y presentía que algo especial ocurriría. No podía ser casualidad que fueran a coincidir las noches que llevaba soñando y el número con el que soñaba. Algo iba a ocurrir y seguro que era importante.

Ese día fingí estar enfermo y me fui antes del trabajo a casa. Ni siquiera cené. Estaba tan nervioso que me fui directamente a la cama ansioso por soñar de nuevo, pero los propios nervios no me dejaron dormir y no pude conciliar el sueño hasta bien entrada la madrugada. Pero eso sí, la espera valió la pena y cuando desperté recordaba con total claridad un nuevo dato de vital importancia.

Tras soñar de nuevo con el número de la casa, la imagen en el sueño se amplió dejando ver una calle completa pero difuminada. Esto no hubiera aportado nada significativo de no ser porque, en un extremo de la calle, destacando tanto como el número de la casa, se podía leer perfectamente “Calle Corrientes”.

Por aquella época no existía google maps, internet, ni ninguna base de datos informática como ahora, por lo que me fui a una biblioteca y entre enciclopedias, guías y callejeros me dispuse a realizar una lista con todos los pueblos y ciudades que pudiera encontrar con una calle llamada Corrientes.

Hacer la lista fue complicado, ya que no hay demasiadas ciudades con una calle con dicho nombre. Pero elegir a la que tenía que ir a buscar era más fácil. Encontré calles “Corrientes” en lugares como Las Palmas, Fuenllana o Coín. La mayoría de las marcas de mi lista estaban en Argentina, ciudades como Chajarí, Córdoba o Buenos Aires, aunque en este caso era una avenida. Pero como ya he dicho, la decisión era fácil. El lugar número treinta y siete que encontré era un pueblo llamado Estepa, en la provincia de Sevilla. Treinta y siete ciudades o pueblos con una calle Corrientes. Ya no tenía sentido seguir buscando.

Al día siguiente me desplacé a Estepa. Pregunté a algunos vecinos por la calle que buscaba y tras un par de explicaciones llegué a la misma.

La primera sensación que tuve fue un fuerte escalofrío que me recorrió todo el cuerpo cuando, al ver el cartel que indicaba el nombre de la calle, reconocí el letrero con el que soñé la última vez.

Comencé a recorrer la calle en sentido creciente por la acera de los números pares. Un fuerte nerviosismo se apoderó de mí y a punto estuve de echar a correr y huir de allí, pero la curiosidad era mas fuerte y necesitaba encontrar la casa.

Cuando finalmente llegué, me quedé plantado en la acera de enfrente, hipnotizado por el número. No podía ser real. Había soñado tantas veces con él que me parecía increíble tenerlo frente a mí. El número aparentemente era un número más, igual que la casa. No tenía nada de especial, pero ejercía en mi una atracción tan fuerte que noté mi corazón a punto de estallar.

En ese momento, como si de una respuesta a la pregunta de cual debía ser mi siguiente paso, una mujer salió del portal con la cabeza gacha y una maleta en cada mano. Levantó la cabeza y me miró, con unos intensos ojos negros, impregnados de curiosidad ante el desconocido que había frente a su casa.

Me di cuenta de que los sueños habían acabado y que habían cumplido su misión. Crucé la calle y me dirigí hacía ella. Todas esas noches obsesionado en sueños con un número habían tenido sentido. Había llegado hasta allí y ya no me podía parar.

—¿Y quién era es mujer?,¿ no la conocías de nada?

—Juan, creía que a estas alturas de la historia, ya sería obvio. Esa mujer, era tu madre, y sin aquellos sueños, tú nunca habrías nacido.


Fotografía: Pixabay. Texto: Carlos M. Todos los derechos reservados. 

Comentarios

  1. Muy interesante, es curioso como los sueños y las pesadillas deciden el día o tu destino.

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    1. Gracias Dolors,yo creo que los sueños nos afectan más en la vida de lo que parece.

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    1. Hola,encantado de conocerte.No dudes que visitaré tu blog.Nos leemos por aquí y por Twitter.Un saludo.

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